Actividad 1. Primeras Experiencias de Lectura 3. "Inmarccesible". Miguel Valdés.

 Esa ironía cruel que nos propone la realidad arbitraria en la que vivimos, me conecta en una dimensión atemporal, la versión más prematura de mi madre, una niña que deambulaba en el potrero cercano a casa, a veces con sus hermanos, en otras ocasiones sola, quizás huyendo de los gritos de su padre ebrio y las discusiones terribles con su madre, o solamente para proporcionar silencio al descanso exigido por el mismo ente que perturbaba su juego infantil cuando volvía de la construcción. 

Ella, de amistad rápida y envolvente carisma conocía cada uno de los rincones del que era su pueblo -ya no tanto- sintiendo que el mundo era pequeño al lado de su imaginación. 

Debió ser un golpe bastante duro verse años más tarde reducida a los rincones del lugar repetitivo al que se veía atada, producto de múltiples factores que creo desconocer aunque puedo inferir, a pesar de ser una conversación censurada, bloqueada hasta en mis intentos más esforzados de romper la línea del silencio mientras nos dirigimos al recinto hospitalario. 

Yo camino por algunos de esos lugares que la inquieta e inmarcesible juventud de mi madre guarda en su memoria y corazón, solo que ahora el polvo del potrero es una cerámica blanca, el sauce llorón en donde solían trenzar ramas que se transformaban en temporales columpios abandonó la existencia y su lugar es sustituido por un dispensador de caramelos y bebidas. Los agudos gritos de niños y el cantar de aves hermosas a las que envidio por su libertad, ahora no son nada más que pasos presurosos y preocupados de enfermeras.

Recuerdo cuando aún no sabía decodificar las historias nemorosas y las descripciones de su fauna (que algún día espero poder visualizar en primera persona) impresas en los libros que mi mama Juana me regalaba, en ellos no sólo logré encontrar un atajo entre la espera y el tedio de las salas de hospital, los misterios que revelaban sus páginas abrían inmensas posibilidades para echar a volar mi imaginación y no pensar en lo difícil que sería transitar con mi silla de ruedas por selvas amazónicas, desiertos ardientes y montañas gélidas. A pesar de eso, con estas letras y sus páginas sentía que las conocía, mientras leía mis pies se sentían húmedos o extremadamente cálidos, podía ver copos de nieve y como mi nariz se sonrojaba por el frío extremo de Nepal. 

Se me hace emotivo y no tan lejano rememorar que antes de los “poto de botella” solo veía luces, sombras borrosas y oía voces, algo que solo podría comparar con las escenas de “Pánico y locura en Las Vegas”. 

Me siento agradecida de estas gafas que asimilo como prismáticos en mis aventuras, aunque en ocasiones me molesta que mis primos cuando podemos juntarnos en cenas de días “importantes” manipulen de forma cruel y sanguinaria para quemar hormigas. Pero los entiendo, conversando con mi mama Juana llegamos a la conclusión de que las desventuras que me han hecho lo que soy, a ellos no les han permitido ver el mundo de la misma manera en que yo lo hago. 

Cuando aprendí a leer con la profe Licha en la infravalorada “Escuela palitos” y la constante participación de mi madre y la mama Juana, fieles partners, fue sin duda el día más feliz de mi vida. Recuerdo que después de tanto esfuerzo de estas heroínas y toda la constancia que pude derogar hacia su trabajo, provoque una emoción materializada en lágrimas de mi madre en el supermercado cuando reproduje la palabra “precio”. 

Que terrible el día en que a juicio de calidad me cambiaron de colegio. Fue como mudarse de ciudad. Pero nací para enfrentar retos y la verdad lo que me ataba de sobremanera era la profe Licha y su facilidad por hacerme entender todo, transmitirme una inquebrantable tenacidad y hablarnos con tanto amor a mí y a mis compañeritos.

A suma de estas peripecias, poco tiempo después falleció mi mama. Nunca había visto tan triste a mi madre. Y probablemente yo también lo hubiese estado de no ser por nuestra última conversación y los hermosos libros que siento que cada vez puedo entender de mejor manera, y es que es tan difícil conectarme con esos conceptos específicos que interpretó según mi lógica permita. Amo la aventura, y es gracias a ella, cada vez que leo estas descripciones naturales siento a las tres personas más importantes de mi vida a mi lado, y no importa donde esté, en el hospital que fue potrero, mi casa que nunca más fue centro de reuniones en días “importantes” o mi nueva escuela, lugar que contrasta mucho del colegio de adobe y la rejita de tablas que lo cercaban, en Nepal, en la jungla amazónica o en el desierto, ellas siempre están conmigo.


Miguel Valdés Caro

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